MARCELA
La mayoría de los personajes femeninos de
Don Quijote de la Mancha aparecen representados como damas que acaban cayendo
en los brazos de sus pretendientes (Dorotea)[1],
mujeres sumisas (Camila)[2],
criadas (Maritornes)[3], etc.
Marcela, sin embargo, es una mujer que se nos presenta con unas cualidades y
una imagen totalmente opuestas al canon establecido en el siglo XVII. Marcela
es la perfecta definición de rara avis en la literatura de la época.
Cervantes exalta la libertad de las
mujeres en el discurso de la pastora Marcela. A través de este personaje el
escritor introduce algo totalmente novedoso hasta entonces, una mujer que
quiere ser libre e independiente y, si para conservar su libertad, debe
renunciar al matrimonio, lo hará. El autor muestra otra perspectiva de la
mujer, como puede decidir lo que quiere hacer en su vida sin depender de un
hombre.
Queremos destacar que Cervantes presenta
a los dos personajes principales del relato pastoril que cuenta el cabrero,
Pedro, a Don Quijote y Sancho Panza. Ambos aparecen descritos de maneras muy
distintas; mientras Grisóstomo es un hombre bueno, caritativo, buen compañero y
que siempre ha tenido buenas intenciones con Marcela[4],
la pastora aparece descrita por sus pretendientes como una mujer cruel y
desagradecida, acusada de la muerte de Grisóstomo y odiada por los amigos de este.
Pasemos a analizar lo que responde a esto
la acusada. El discurso de Marcela se podría dividir en tres partes: la primera
sobre la belleza, la segunda sobre la libertad y la tercera a modo de una
recapitulación.
El discurso comienza[5]
con dos términos opuestos, lo hermoso que se relaciona con lo amable y lo feo
que es aborrecido. En cierto modo, es una argumentación estética. Lo hermoso aún
por hermoso, no debe de estar obligado a amar, porque además puede ser que
quien desea lo hermoso sea feo, por lo que puede ser aborrecido. Cervantes
introduce otro elemento importante: la justicia. Marcela hará hincapié en lo
injusta que es la acusación por parte de los pastores en torno a su
responsabilidad con Grisóstomo. En base a este nuevo elemento Marcela compara
su belleza con el veneno de una víbora, ella piensa que ésta no puede ser
culpada por el veneno que tiene, pese a que con ello mate, ya que la naturaleza
se lo ha dado. Y por eso mismo Marcela no puede ser acusada por no amar a
alguien que solo la quiere por su belleza.
A
continuación, la pastora introduce una de las expresiones más bonitas y con más
poder de persuasión en su argumentación: “la hermosura en la mujer honesta es
como el fuego apartado o la espada aguda, que ni él quema, ni ella corta a
quien no se acerca”[6]. Por una parte, se presenta
a sí misma como una mujer honesta. Por otra, a través de dos metáforas, se
identifica con objetos a los que hay que respetar por su poder y capacidad de
herir: el fuego y la espada. El argumento que esconde esta expresión es que
ella no hiere queriendo, sino que son los demás los que se hieren a sí mismos
con ella.
Por último, destaca la belleza interior
del alma, alegando que la honra y las virtudes son las que hacen el alma
hermosa y que si, esta no lo es, entonces el cuerpo tampoco debe parecerlo. De
este modo explica que, si no es honesta con sus propios sentimientos y se ve
forzada a corresponder a quien no ama, pues ella cree que el amor debe ser
voluntario y no obligado, entonces perdería su belleza natural y por la que se
la culpa.
La segunda parte trata sobre la libertad.
Para Marcela la soledad representa la libertad, pues sabe que, si contrajera
matrimonio perdería su autonomía y por eso ha decidido vivir sola en los
campos, con los árboles como su compañía y las aguas de los arroyos sus
espejos. Posteriormente, retoma las imágenes metafóricas: “fuego soy apartado y
espada puesta lejos”[7],
explicando que a los que ella ha enamorado con la vista ha desengañado con las
palabras, dando a entender que ella nunca dio falsas esperanzas a nadie.
A continuación Marcela se defiende de las
acusaciones que hizo el propio Grisóstomo, explicando que ella le dejó claro
que no lo correspondía y que quería estar sola y que, si sus deseos sustentaron
unas esperanzas que ella no había dado, se puede decir que antes lo mató su
porfía que la crueldad de la pastora.
La última parte del discurso es una
defensa de los juicios de los pastores y un resumen de sus argumentos. De
nuevo, el primer enunciado tiene un gran peso argumentativo: "El cielo aún
hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar
por elección es escusado"[8].
Ella no descarta enamorarse algún día, pero no es su intención buscarlo.
Muestra, de este modo, que no es que sea una egoísta que prefiere estar sola,
sino que aún no ha llegado quien la complazca. De nuevo la pastora trata
no sólo de excusarse del juicio sino también de persuadir para crear un
precedente por si se vuelven a dar casos similares.
Al final del discurso, Marcela utiliza un
argumento económico. "Yo,
como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre
condición y no gusto de sujetarme..."[9]
La pastora destaca que ella tiene el privilegio de tener independencia
económica debido a sus riquezas (que no sabemos si estas riquezas son muchas o
pocas) y lo relaciona con la libertad. Ella sabe que su capital es lo que la
permite ser libre, pues no necesita buscar las riquezas ajenas a través del
matrimonio. De este modo, Cervantes nos relaciona la independencia económica
con la libertad vital[10].
Finalmente, Marcela repasa todos los
adjetivos que han utilizado los cabreros para calificarla:
“el que me llama fiera y basilisco, déjeme
como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que
desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este
basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá,
conocerá ni seguirá en ninguna manera."[11]
A partir de
este punto se hace una recapitulación de todo lo expuesto anteriormente: la
honestidad, la soledad, la libertad, la justicia y el amor no buscado, y
termina con una idea de la naturaleza englobando todos los conceptos que se han
ido exponiendo, siendo la última oración una metáfora sobre la vida y la
muerte:
“tienen mis deseos por término estas montañas,
y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que
camina el alma a su morada primera."[12]
Es un discurso que apela principalmente a
la razón y a la lógica, en comparación con los argumentos de los demás
pastores. Se forma, de ese modo, un gran contraste entre las especulaciones,
sentimientos y deducciones de los pastores y las razones, hechos y argumentos
de la pastora Marcela.
Tras el discurso de Marcela, muchos de los cabreros quisieron ir tras
ella, sin haber entendido la finalidad de sus argumentos. Es por ello que la
pastora decide sacrificarse y alejarse a la soledad de los campos, en compañía
de la naturaleza y de las muchachas de la aldea, ya que su belleza es un arma
de doble filo. Pese a que Marcela no se aprovecha de ella en su propio
beneficio, otros se hieren a sí mismos con ella y se creen con el derecho de
que, por haberse “enamorado” de la hermosura de la muchacha esta les vaya a
corresponder. Este es un aspecto que vuelve a situar y recordar al lector en que época se escribió la
novela.
Don Quijote, a pesar de que todos crean
que le falta el juicio, es de los pocos que tras escuchar el discurso de la
pastora, la comprende y le da la razón. Pues cree que sus argumentos son
totalmente válidos y que las acusaciones que han recaído sobre ella por parte
de los vecinos del pueblo no son justas. Por eso no solo acaba estando de
acuerdo con Marcela, sino que la defiende al acabar su exposición, mostrando
que al final el más cuerdo del entierro es él. Sin embargo, este acto que hace
Don Quijote de proteger a Marcela es otro elemento característico de los libros
de caballería: el caballero que socorre a la dama.
Vanessa
Sánchez Viñolo
[1]
Dorotea aparece en el capítulo XXVIII y de ella se dice que era una mujer rica,
de una condición acomodada y que un día se enamoró de Don Fernando.
[2]
Camila es el personaje de El curioso impertinente, novela que se lee en
la venta, en los capítulos XXXIII al XXXVI, y que aparece representada
como la dama sumisa que acata las órdenes de su marido Ambrosio, aunque después
lo traiciona con su amigo.
[3] Esta
mujer que aparece en el capítulo XVI pretende entregarse libremente a un
arriero de Arévalo, buscando satisfacer sus deseos.
[4] Así
lo comenta el cabrero Pedro en capítulo XII de la edición que aparecerá en la
bibliografía. Cervantes (2004: 105)
[5] El
discurso de Marcela abarca del capítulo XIV de la primera parte de El
Quijote. Cervantes (2004: 125-128).
[6]Cervantes
(2004: 126).
[7] Cervantes (2004: 126).
[8]
Cervantes
(2004: 127).
[9] Cervantes
(2004: 127).
[10] Esta
opinión la comparte Luis Felipe Camacho (2020).
[11] Cervantes
(2004: 127).
[12] Cervantes
(2004: 128).